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1.- ARTE.

 

Los orígenes.

Irlanda conserva multitud de monumentos megalíticos que dan fe de una civilización activa y próspera. De todos ellos, hay que destacar los de Newgrange, Knowth, Dowth y Creewykeel. También hay que mencionar los rath, o recintos con habitaciones interiores, y los crannas, o construcciones sobre pilotes en terrenos pantanosos. Con la penetración de los celtas se introdujo la cultura de La Téne, representada sobre todo por objetos santuarios de profusa decoración geométrica y curvilínea, patente en el collar de Broighter y en la corona Petrie y en multitud de objetos de bronce tales como fíbulas, discos, bridas de caballo, etc.

 

La Edad Media.

El monacato fue determinante en la configuración del arte irlandés. Aunque quedan pocos vestigios arquitectónicos, a causa de su factura en madera, permanecen algunos ejemplos aislados de torres cilíndricas y pequeños oratorios, construidos con sillarejos toscos, como en Glendalough o los restos del monasterio de San Miguel en Skelling Rock. De los siglos VI-VIII datan los crannag de Lasere y el de Cahercommaun, el monasterio de Nendrum y los oratorios rectangulares de la isla de Ilaun Mac Dara.

Pero es en la escultura donde se encuentran los ejemplos más característicos del arte irlandés y su mejor definición. Las cruces esculpidas fueron sus creaciones más originales. Su morfología consta de un círculo que rodea el centro, dejando para los brazos y el pie la talla escultórica con relieves bíblicos.

Unida a la práctica escultórica, la orfebrería se configuró como un gran arte tanto en el terreno de lo civil como de lo estrictamente litúrgico. El cáliz de Ardagh es el ejemplo más significativo, tanto por su valor artístico como por la influencia que ejerció en el arte del Occidente medieval. En el arte santuario civil, destacan las joyas, casi siempre en plata dorada, con profusa decoración de cacerías zoomórficas y filigranas.

Pero lo que mayor renombre ha proporcionado al arte irlandés son sus manuscritos iluminados. Comienzan con una representación-símbolo del autor. La solución plástica combina la figuración con la abstracción de los motivos geométricos y la frontalidad con el perfil. Uno de los ejemplos más tempranos es el llamado Catach de San Columbano"; más posteriores son el Evangelario de San Willibord, el Libro de Armagh y el Libro de Kells, aproximadamente del año 800. Ya en los siglos X y XI, destacan los salterios iluminados, que siguen con la característica división en tres grupos de cuarenta salmos.

Con la invasión normanda en 1170, se introdujo el estilo románico, ya influido por el Císter, con lo que el arte irlandés perdió parte de su autonomía y carácter propios. A finales del s. XII se levantaron importantes abadías cistercienses como la de Jerpoint y las de Mellifont y Boyle, en las que prima la austeridad, los grandes espacios y el utilitarismo. El nuevo estilo gótico tuvo su inicio en la Christ Church y en la Catedral de San Patricio de Dublín, a las que siguieron las iglesias de Cashel y de Kilkenny.

Los edificios civiles fueron, sobre todo, de carácter defensivo y su estilo austero, patente en los castillos de Danson y Limerick, se perpetuó hasta el s. XVII.

 

El Lento despertar.

En los siglos XVI y XVII se inició un lento renacer de la arquitectura que ha dejado, como muestras más destacadas, los edificios del Trinity College y el Kilmainham Royal Hospital, ambos en Dublín. La pintura, por el contrario, sería deudora de la metrópoli, Londres, sin llegar a poder ofrecer artistas de renombre.

La arquitectura de los s. XVIII y XIX, osciló entre el estilo neoclásico y el neogótico, uno de cuyos ejemplos más destacados es la catedral de Santa María de Killarney.

 

La modernidad.

La adscripción del arte irlandés a los nuevos "-ismos" se inició de manera tardía. Cabe mencionar, sin embargo, en la línea de reivindicación nacionalista a Jack Butler Yeats. El cubismo no influiría hasta la década de los veinte y, a partir de los treinta, aparecerían los expresionistas, con Colin Middleton. La abstracción se inició después de la 2ª Guerra Mundial con Patrick Scott y Cecil King. No obstante, el gran nombre de la pintura irlandesa fue Francis Bacon; nacido en Dublín, inició su obra pictórica en 1917, dentro de una cierta abstracción geométrica que derivó, a partir de 1933, hacia un surrealismo influido por Max Ernst, aunque su propuesta plástica más conocida, el Neorrealismo crítico, apareció al finalizar la 2ª Guerra Mundial. Sin embargo, su obra debe situarse dentro del amplio contexto británico o, incluso, del internacional.

En la arquitectura, pronto la mayoría de autores se inclinaron hacia un funcionalismo no exento de monumentalidad.

 

LITERATURA Y MODERNIDAD

 

Las raíces.

De los remotos tiempos anteriores al dominio inglés en Irlanda, queda el recuerdo de una tradición épica, con el ciclo de Uladh, cuyos héroes dominantes eran Conchobar y Cú Chulainn, y el ciclo de Leinster-Munster, con un gran bardo Ossián (eco del real Oisín) y su tema Fingal, así como una serie de manuscritos que adaptaban al cristianismo la mitología celta precedente, tales como el Lebhar Gabala o Libro de las invasiones, que narra las sucesivas invasiones de la isla de Irlanda desde el Diluvio Universal a la llegada de los gaels o gaélicos.

Los monasterios irlandeses durante los siglos VI-VIII asumieron un papel decisivo en el mantenimiento de la cultura grecolatina porque su situación geográfica había dejado al país a salvo de las invasiones sucesivas a la caída del Imperio Romano de Occidente. Se dice que, durante siglos, sólo en Irlanda había quien supiera leer los códices griegos. De esa tradición, proviene Juan Escoto Eriúgena, gran figura teológica del s. IX que tradujo del griego al latín la obra del falso Dionisio Areopagita y contribuyó a la naciente escolástica con su teoría de las cuatro formas de natura.

Pero, desde el s. XII, cuando Irlanda pasó a ser colonia inglesa y desplazó con ello el uso del dialecto gaélico al nivel de vida más pobre, los grandes escritores que produce se consideran parte integrante de la literatura inglesa. Y ello es especialmente notable en el caso de Johnathan Swift, porque éste militó a favor de su pueblo oprimido, con textos como "Modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país" (1729) y otro sobre cierta moneda de cobre que introdujo el gobierno inglés en perjuicio de los irlandeses. Este texto se publicó anónimo e Inglaterra ofreció un elevado premio a quien denunciara al autor, pero todos callaron a pesar de que se conocía su nombre entre el pueblo oprimido. Luego, Richard Sheridan y Oliver Goldsmith no hicieron recordar su origen irlandés, como, a fines del s. XIX, George B. Shaw y Oscar Wilde.

 

El "revival" nacionalista.

El nacionalismo literario irlandés se produce a fines del s. XIX y es correlato del esfuerzo del país por salir de la catástrofe de las hambres que habían reducido su población a menos de lo que era en el s. XVI. La cabeza de este movimiento será W. B. Yeats que, bajo el mecenazgo de Lady Gregory, funda el Abbey Theatre, en Dublín, en 1899. Yeats había empezado con temas irlandeses, en tono lírico y atmósfera legendaria, pero luego cultiva una suerte de "teatro para leer", con todo el ámbito de símbolos y alusiones que también usaba por entonces en su lírica para acabar volviendo a los mitos tradicionales gaélicos. La independencia de Irlanda elevó a Yeats al rango de gloria nacional que, tras una época de enfriamiento en el nacionalismo, había vuelto a la militancia tras la rebelión de 1916. George W. Russell (AE) formó también parte de este "revival" pero, más que como poeta, influyó como pensador político y estético y como director del semanario "The Irish Stateman", tribuna central, desde 1910, de las letras y el pensamiento en la Irlanda aún no independiente. En la narrativa, George Moore desarrolló líneas variadas, desde el naturalismo al estilo de Zola, pasando por relatos de la tierra, hasta el esteticismo fantástico.

 

La revolución literaria de Joyce.

En otro tipo de narrativa, se encuentra la máxima aportación de Irlanda a la literatura universal: la obra de James Joyce. En realidad, Joyce fue un apátrida obsesionado por su Dublín. Empieza con estampas de una sobriedad minimalista que no fueron apreciadas por su misma pureza de medios, aparte de ser suprimidas por la suspicacia política británica. Como rememoración unitaria de su aún reciente juventud, escribió "Retrato de un artista adolescente", transparente y distanciada en su repaso personal.

Su obra magna será "Ulises", un relato sobre las andanzas durante dieciocho horas, de dos personajes dublineses, el estudiante Stephen Dedalus (autocaricatura del Joyce universitario) y el señor Leopold Bloom (autocaricatura del Joyce en la edad en que escribía). Los estilos adoptados son muy diversos: pueden ser una parodia de estilos periodísticos, o una síntesis de la evolución histórica de la prosa inglesa, o una suerte de catecismo con preguntas y respuestas, o una caricatura de estilo cursi para señorita, etc.

Ulises se publica en París en 1922, pero la censura inglesa y estadounidense prohiben el libro por inmoralidad (en realidad, por su implacable franqueza en mostrar al desnudo el mecanismo de nuestras mentes en el "monólogo interior"). Joyce emprendió otro libro todavía más audaz, "Finnegans Wake" (1939), donde, más que acción, se cuentan los sueños de un personaje durante una noche, en una orgía de juegos de palabras que contribuyen a la ambigüedad de lo que puede ser la materia misma del relato. Se puede decir que, aquí, Joyce se pasó, deshaciendo su obra en obsesión verbal a costa de disolver las referencias reales pero, en todo caso, fue un experimento necesario por llevar al extremo una aventura literaria y lingüística al menos para escarmentar.

 

"¿Una difamación del pueblo irlandés?"

El renacimiento irlandés prosiguió con un fondo de tempestades, entre agitaciones y efusiones de sangre producidas por la "Home Rule", en un ambiente de desconfianza, incluso, de declarada hostilidad. De los poemas de Yeats a las obras de O’Casey, toda la obra literaria irlandesa refleja su lucha por la independencia, manifestada en la insurrección de 1916, el terrorismo del I.R.A. como respuesta al terrorismo de los "Black & Tons" y de los "Auxis" y, luego, la guerra civil. A la pasión de los enfrentamientos armados se unió la incomprensión del público ante la rebelión y el inconformismo de Joyce, de O’Casey y de Behan o los intentos poéticos de Yeats y Russell. Acosados por la obsesión de lo antinacional y ciegos por el clericalismo, los irlandeses rechazaron la nueva escuela, lo que parece justificar estas palabras de Behan: "Irlanda está en Trieste con James Joyce, en Devon con Sean O’Casey, en Paris con Samuel Beckett, unidos todos, desde O’Neill en América a Wilde en la carcel de Reading, a un viejo lazo umbilical reseco y doctrinario, llamado arzobispo de Dublín."

 

Poesía, teatro y narrativa contemporánea.

En el terreno de la poesía, Padraic Colum, además de sus versos, funda en 1911 la "Irish Review", escribe en varios géneros y se traslada a los EE.UU. como una suerte de misionero del espíritu irlandés entre la numerosa colonia de ese origen. De Yeats parte A. Clarke, si bien añadiendo un sentido realista, con observación de la clase humilde, que no había en su maestro. Ya en una generación posterior, destacan Denis Devlin y Patrick Kavanagh. Más moderno resulta Thomas Kinsela.

En teatro, hay que destacar a Sean O’Casey, intenso militante en sentido político y nacionalista aunque también compuso teatro fantástico y mágico.

En narrativa, han destacado largamente dos figuras: Liam O’Flaherty, con mucho de cronista de su tiempo, y Sean O’Faolain, verdadero maestro del relato breve. En novela propiamente dicha, destacan, además del ya nombrado Anthony Cronin, Edna O’Brien y Julia O’Faolain.

 

MÚSICA

La música irlandesa vivió su máximo esplendor en la Edad Media, esgrimiendo su carácter autóctono respecto el resto de Europa. Durante todo aquél período, los irlandeses mantuvieron viva su música, que trascendió las fronteras de su isla gracias a la difusión, sobre todo en los países latinos, de las composiciones del monje Sedulio en el S. V. Otro irlandés, el filósofo y teólogo Escoto Eriúgena, sentó las bases de las primeras formas polifónicas en su obra De Divisione naturae, que data del s. IX. Tras la invasión inglesa de 1172, el folklore irlandés sufrió la consecuente represión en todas sus facetas creativas, aunque en el s. XVIII aún hallamos al célebre artista Turlough Carolan. La revalorización de las tradiciones populares por parte de los investigadores decimonónicos atrajo la atención de los europeos hacia nuevos compositores como John Field y Michael Balfe, que ya en el siglo XX fueron sucedidos por autores como Herbert Hughes, E. N. Hay y Carl Hardebeck.

A partir de 1930, con la creación en Dublín de la "Irish Folksong Society", se inicia un proceso a la par institucionalizador y popularizador a través de la recuperación de las tradiciones seculares irlandesas. El reencuentro de la población con símbolos nacionales como el arpa o la lengua gaélica ha dado pie, en los últimos decenios, a un resurgimiento de la música autóctona de la isla. Los "Chieftains", representan por sí solos una de las más serias muestras de la investigación en las raíces del folklore irlandés, con especial atención al sencillo cancionero que acompañaba la cotidianidad laboral del campesinado. El virtuosismo instrumental y la recuperación de la cultura celta en su vertiente más esotérica son los sellos que identifican al grupo "Clannad", sofisticada formación que en los últimos años ha liderado el auge de la música irlandesa al acercar sus composiciones al gusto de algunos sectores más abiertos de consumidores de música pop.

El arpa irlandesa, de metálica y adornada sonoridad, la gaita y el fiddle ya no son necesarios para interpretar la música de la isla, como lo demuestra Enya, cuya corta discografía ha pasado a ocupar los lugares más altos en la lista de ventas de los circuitos comerciales. Una voz educada, una imagen cuidada y su recuperación del carácter épico, casi homérico, de la canción irlandesa mediante una moderada utilización de las nuevas tecnologías, han convertido a Enya en el adalid de la New Age.

En el apartado de música pop, la contribución irlandesa ha sido fundamental, aportando grupos de calidad contrastada y éxitos masivos, destacando "U-2", Van Morrison, "The Corrs" y "The Cranberries".

 

CINEMATOGRAFÍA.

 

Primeros pasos.

El cine tardó mucho en consolidar un comercio de exhibición estable y una mínima infraestructura de producción. Los primeros creadores de prestigio serán Sidney Olcott, Walter MacNamara, James Sullivan y James Plant, pero todos ellos sufrieron las censuras del gobierno británico debido a sus intentos por reflejar la situación del pueblo irlandés y, la mayoría de ellos, se verán obligados a dejar el país. Con la creación del Estado Libre, la situación mejoró bastante en cuanto a la censura política y se realizaron varias películas que pretendieron reflejar fielmente la lucha por la independencia.

 

La llegada del sonoro.

En 1932, Victor Haddick realizó la primera producción sonora netamente irlandesa, "Voice of Ireland", el mismo año en que el americano Robert Flaherty se encontraba filmando, en el país, "Hombres de Aran". Un año antes de que se proclamase la república, se fundó la Irish Film Society, una organización progresista destinada a la renovación del cine. Sin embargo, la producción languideció hasta casi desaparecer, si se exceptúan algunos filmes americanos o británicos filmados en suelo irlandés y con una participación autóctona muy minoritaria.

Algo especialmente destacable de esta época es que, a pesar de las muchas controversias surgidas en la prensa, la lengua gaélica parecía totalmente desterrada de su propio país.

 

De la independencia a los años noventa.

En 1949, se produjo la definitiva separación de Irlanda de la Commonwealth y la Irish Film Society pareció tener entonces su oportunidad, además de producirse una cierta apertura temática. En 1952, el maestro irlandés-americano John Ford realizaba un homenaje a su país de origen con "El hombre tranquilo" y, esta vez con capital irlandés, una modesta película compuesta de tres historias distintas llamada "La salida de la Luna".

En 1968, Peter Lennon presentó su excelente "Rocky road to Dublin" y Patrick Carey el extraordinario documental "Yeats country". Pero la existencia de un cine de tipo industrial-mercantil continuaba siendo una entelequia.

En los años 80, surgió una nueva generación de directores que ha abierto las puertas a muchos más creadores irlandeses y que han convertido al cine irlandés en uno de los más interesantes del mundo; de esta nueva ornada, destacan Joe Comerford ("Reefer y la modelo"), Cathal Black ("Wheels"), Neil Jordan ("Angel", "En compañía de lobos", "Mona Lisa", "The Crying game", "Michael Collins") y Jim Sheridan ("El prado", "En el nombre del padre", "The boxer").

Las añejas diferencias entre lo rural y lo urbano, lo conservador y lo progresista, lo católico y lo no-católico, lo gaélico y la herencia británica, están muy lejos de haberse borrado. Y si ello es significativo para cualquier forma expresiva, lo es todavía más para el cine y la televisión irlandesas, que se debaten entre lo auténtico pero minoritario y lo exportable y mayoritario.

 

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